22 de enero de 2016

Alcance geopolítico y económico del acuerdo con Irán



Junio de 2009. Si tuviera que elegir una fecha quizás fuera esa. Ese mes marcó el punto de inflexión respecto al programa nuclear iraní. Durante ese mes de junio se produjeron dos hechos muy significativos. En primer lugar, las elecciones presidenciales en Irán dieron una victoria abrumadora de Ahmadineyad en la primera vuelta (casi el 63% de los votos) y con una participación electoral sin precedentes (75%).

Sin embargo, la estabilidad del régimen fue puesta a prueba a raíz de las protestas desatadas a continuación y que protagonizaron, sobre todo, los jóvenes. El sangriento resultado de las mismas (treinta muertos, según fuentes oficiales, y más de trescientos detenidos) mostró no sólo la amplitud de las revueltas sino también que una parte importante de la sociedad no se sentía representada por la clase dirigente iraní. Como ya escribí hace un tiempo, parece indudable el papel que las nuevas tecnologías (Internet, redes sociales, blogs…) estaban teniendo en las protestas desatadas y su influencia entre la abundante población joven. Cabe recordar que el sesenta por ciento de los iraníes ha nacido después de la Revolución de Jomeini (1979).
El segundo hecho que me parece muy significativo fue el discurso del Presidente Obama en El Cairo el 4 de junio de 2009. En el mismo reconoció el papel de EE.UU. en el derrocamiento en 1953 del Primer ministro iraní, Mohammad Mossadegh. Literalmente afirmó:

“En medio de la Guerra Fría, Estados Unidos desempeñó un papel en el derrocamiento de un gobierno iraní elegido democráticamente. Desde la Revolución Islámica, Irán ha desempeñado un papel en secuestros y actos de violencia contra militares y civiles estadounidenses. Esta historia es muy conocida. En vez de permanecer atrapados en el pasado, les he dejado claro a los líderes y al pueblo de Irán que mi país está dispuesto a dejar eso atrás. La cuestión ahora no es a qué se opone Irán, sino más bien, qué futuro quiere forjar. Será difícil superar décadas de desconfianza, pero avanzaremos con valentía, rectitud y convicción. Habrá muchos temas que discutir entre nuestros dos países, y estamos dispuestos a seguir adelante sin condiciones previas y basados en un respeto mutuo”.

Esta nueva aproximación se alejaba notablemente de la postura establecida en la Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense de 2006, en la que se presentaba a Irán como el “reto más grave” al que probablemente EE.UU. debería enfrentarse.

Tras años de desencuentros, una negociación directa entre EE.UU. e Irán aparecía como la opción más factible, segura y definitiva para resolver por medios diplomáticos la crisis desatada por la profundización del programa nuclear iraní.

El acuerdo firmado con Irán en julio de 2015 y cuya implementación acaba de ponerse en marcha supone que Irán no producirá uranio altamente enriquecido en los próximos 15 años, que se deshará del 98% del material nuclear que posee, y que eliminará dos tercios de las centrifugadoras que ha instalado. Además, y aquí está la clave, la comunidad internacional podrá verificar el grado de cumplimiento del acuerdo.

A cambio, se pone fin a las sanciones impuestas por la comunidad internacional al régimen de Teherán en 2006. El levantamiento de las sanciones va a permitir a Irán recuperar unos 32.000 millones de dólares de bienes bloqueados en bancos internacionales.

Pero los mayores beneficios provendrán de la condición de Irán como gran productor de petróleo y gas. Irán dispone de las segundas mayores reservas de gas y las cuartas de petróleo del planeta. Ya se afirma que Irán podría aumentar sus exportaciones de petróleo en un año en casi un 60%. Este hecho podría propiciar un descenso del precio del crudo.

El propio Ministro iraní del Petróleo ha afirmado que su país requerirá de inversiones por valor de 180.000 millones de dólares para mejorar sus infraestructuras energéticas. Algunos analistas elevan la cifra a 250.000 millones. En todo caso, un auténtico maná económico para un país con una población muy joven (los jóvenes representan dos tercios de la población), muy cualificada (hay millones de titulados universitarios sin trabajo) y con un 50% de paro juvenil.

Cabe, pues, esperar que Irán firme acuerdos muy lucrativos con grandes empresas. La mejora de la situación económica de Irán será un hecho en los próximos años, lo que aliviará la presión de los sectores más jóvenes sobre el régimen. Además, cabe imaginar que Irán recuperará las cuotas de mercado que perdió estos últimos años debido a las sanciones. 

El acuerdo marca un auténtico hito en la política exterior de EE.UU. La estabilidad regional en el Golfo Pérsico se ha fundamentado tradicionalmente en el equilibrio entre Irán e Irak. Dicho equilibrio se tambaleó en 1990 y el resultado fue la invasión de Kuwait. La invasión de Irak de 2003 volvió a deshacer el equilibrio. Irán vio desaparecer a dos de sus tradicionales enemigos y vecinos: la caída del régimen de Sadam Hussein en Irak y el enfrentamiento de la comunidad internacional con los talibanes en Afganistán. Paradójicamente, en ambos casos el papel principal lo protagonizó EE.UU.

Frente a un Irán nuclear o a posibles ataques quirúrgicos a las instalaciones nucleares iraníes por parte de Israel, Washington y Teherán parecen apostar por una tercera vía, que puede permitir la identificación y asunción por parte de ambos de cuáles son sus intereses estratégicos comunes. Ni Teherán ni Washington desean la presencia de tropas norteamericanas en Afganistán, Irak o Siria, ni que el Estado Islámico prosiga su avance. Tampoco EE.UU. está interesado en un bloqueo del flujo de petróleo a través del estrecho de Ormuz ni Irán desea interrumpir los beneficios que le reporta el mismo. Además, Irán necesitaba levantar las sanciones impuestas en 2006 con el fin de poner su industria petrolera y gasística a pleno rendimiento.

¿Estamos ante un viraje en la política exterior de EE.UU. respecto a su tradicional apoyo a Arabia Saudí? Es indudable que el acuerdo supone un reconocimiento implícito de Irán como lo que es: una potencia regional evidente dado su peso económico, militar, geográfico y demográfico. Puede equilibrar la situación en la región y favorecer la estabilidad de Irak y Siria, así como la lucha contra el Estado Islámico.

La seguridad marítima en el Golfo Pérsico debería verse beneficiada de este acuerdo. Ya no es tan impensable que EE.UU. reabra su Embajada en Teherán. El cambio drástico de las relaciones de Washington con Cuba e Irán pueden ser las grandes herencias que deje la administración Obama.

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