Las películas sobre piratas forman parte de nuestra memoria colectiva. Fenómenos como la pentalogía de Piratas
del Caribe confirman que el filón está lejos de acabarse. En los últimos
años también la piratería actual ha sido reflejada con mayor o menor éxito en
la pantalla grande. Títulos como Capitán Phillips y Secuestro han dado
buena cuenta de la acción de los piratas somalíes. De ambos he tenido ocasión de hablar en este blog.
Hace unos días pude visionar la película rusa 22 minutos, dirigida en 2014 por Vasiliy Serikov.
La película puede verse, incluso, en Youtube. Su argumento gira en torno al secuestro por piratas somalíes de un buque gasístico con tripulación rusa en pleno golfo de Adén.
Como ya hice con los títulos antes citados, pretendo aquí realizar un análisis no tanto cinematográfico (no soy crítico de cine) sino más bien sobre el propio contenido de la película.
Para empezar hay que reconocer que el ataque de los piratas es, cuando menos, raro. Se encuentran prácticamente varados junto al buque. Y sólo se lanzan contra él cuando apenas se hallan a unos cientos de metros del mismo. Nada que ver con el modo habitual de actuar de los piratas somalíes. De hecho, parece que la fortuna les sonríe dado que la persona que se encuentra de guardia en la sala de mando del mercante no vigila el rádar sino... una revista pornográfica. El guionista parece haber forzado en exceso el guión nada más empezar.
Justo en el momento oportuno el Capitán aparece y se percata de que los piratas ya están a bordo. Da la alarma y todos los miembros de la tripulación consiguen encerrarse en la sala de máquinas. Bueno, todos salvo uno, que es capturado por los piratas.
Los asaltantes apostan dos ametralladoras pesadas a proa y a popa del mercante, lo cual es, de nuevo, una auténtica novedad. Los piratas somalíes no navegan con este armamento en sus lanchas de fibra. Les resulta suficiente con portar AK-47 y RPG. Con ellas tienen más que de sobra para su propósito.
La alarma lanzada por el Capitán llega a un buque de guerra ruso, que envía rápidamente un par de rhibs para que se aproximen al mercante. Y, aquí, surge de nuevo la sorpresa. ¿No sería más normal lanzar el helicóptero para que observe desde el aire si el mercante ha sido capturado o no por los piratas? Es más, si el buque de guerra se encontraba tan cerca del mercante como nos indican las imágenes de la película, ¿cómo es posible que le diera escolta con un resultado tan desastroso?
Se fuerza, de nuevo, el guión y la lógica con un único objetivo: comprobar cómo los piratas disparan con sus ametralladoras pesadas sobre los rhibs, hieren a uno de los militares y consiguen
capturar a otro. No se conoce un caso igual de pericia entre los piratas somalíes ni de torpeza entre los infantes de marina. Y con el infante de marina rehén intentan conseguir que la tripulación del buque gasístico se entregue y salga de la sala de máquinas. Como es sabido, los piratas somalíes, a diferencia de sus homólogos nigerianos, no saben manejar un barco y necesitan que sea la tripulación la que conduzca a su presa hasta un fondeadero desde el que negociar el rescate.
Sin embargo, y para sorpresa general, observamos cómo el militar (sin vigilancia alguna) consigue escapar por dos veces de sus captores,
que se limitan a tenerlo atado en cubierta. Un rehén no se mantiene en cubierta
sin vigilancia estrecha. Lo más habitual, como es bien conocido, es que fuera encerrado en un camarote mientras se desarrollan las negociaciones con los propietarios del mercante.
Los
guionistas se permiten, incluso, una escena en la que el militar corre por
cubierta durante varios minutos hasta que es atrapado por los piratas justo
cuando va a saltar por la borda. Para más inri, consigue mantener sendas conversaciones con la tripulación del mercante y aprovisionarles de agua. Se trata de un exceso que jamás
permitirían los piratas. Ningún contacto sería autorizado entre un militar y la
tripulación secuestrada.
Y cuando, por fin, los piratas ponen a uno de los suyos a que lo vigile, no se le ocurre otra cosa que prestarle una navaja multiusos al militar para comer. La escena
es completamente irreal. Como colofón, se harán amigos y le acabará prestando
¡¡un machete!!.
Hubiera sido más real que los piratas obligaran al infante
de marina a engañar a la tripulación diciéndoles que es un militar y que los
piratas ya han dejado el buque. Con eso podrían haber conseguido que la tripulación
abriera la sala de máquinas y capturarlos en el acto. Al menos, hubiera sido una situación más cercana a la realidad.
A todo esto, los piratas piden un rescate de 20 millones de dólares que deben ser entregados en
48 horas. Y, para presionar, matan a un miembro
de la tripulación que no logró entrar a tiempo en la sala de máquinas. Matar a
un rehén no tiene sentido y sólo puede provocar una operación militar de rescate. Por cierto, que la
negociadora por parte del armador del buque llega a afirmar
literalmente en un momento de la película: “Si no les pagamos, los
piratas se marcharán. Ya ha pasado en
otras ocasiones”. Tan irreal como el resto del guión.
Se dice que un señor de la guerra somalí es el que se
encuentra dirigiendo el secuestro desde el propio barco. No es creíble. Lo de
poner una bandera pirata en un mástil del buque cisterna también se las trae.
El guión riza el rizo cuando se nos informa de que la operación militar de rescate se
debe hacer por parte de un equipo de fuerzas especiales que no podrá hacer uso
de armas de fuego, dado el riesgo de explosión en el buque gasístico. El absurdo alcanza el paroxismo cuando, nadie sabe por qué, en el momento en que comienza el asalto, el Capitán del mercante decide conscientemente poner en marcha el buque a toda
máquina. ¿Para qué? ¿En qué va a ayudar al comando que el barco se encuentre en movimiento? El
buque acaba encallando en un arrecife, tal y como algún miembro de la tripulación y el propio Capitán habían previsto. ¿Qué Capitán preferiría encallar su
barco a mantenerlo a flote?
En el momento de confusión el infante de marina consigue abrir en apenas unos segundos y a base de hachazos la puerta de la sala de máquinas y liberar a la tripulación. ¿Por qué no lo hicieron antes
los piratas? Otra duda sin resolver.
Al final, se produce una pelea cuerpo a cuerpo entre piratas
armados con AK-47 y los miembros de la tripulación. Completamente fuera de lugar. Mientras, el
infante de marina conseguirá descubrir y desconectar los explosivos que los
piratas han puesto en el buque. Incluso, los piratas evitarán disparar sus armas
cuando deban enfrentarse al comando ruso. El pirata bueno, por cierto, fallecerá, claro
está.
El final es lo mejor. La autoridad militar decide que los piratas
capturados deben ser liberados (los pocos que no han fallecido en el asalto)
porque “no contamos con legislación internacional contra los piratas”, a lo que alguien contesta:
“¿Para qué necesitamos leyes?. Han matado a nuestros hombres”. “Dadles agua y
víveres para que puedan llegar a la costa”, le
contesta el Comandante. De no hacerlo, “podría causar un escándalo”. Uno de los
militares afirma: “Podrán llegar a su casa. No como nuestros compañeros
fallecidos”.
Y allí se van tan campantes los piratas en su lancha, incluido el supuesto señor de la
guerra somalí hasta que… un explosivo puesto a bordo por nuestro héroe, el
infante de marina, hace desaparecer la lancha. Todo muy sutil.
Así que ni siquiera los 22 minutos que se supone que dura la operación de rescate (y que dan título a la película) merecen la pena. En realidad, estamos ante una película de 82 minutos perfectamente prescindible.
Se dice que la película se basa en el secuestro del petrolero MV Universidad de Moscú. Ni qué decir tiene que cualquier parecido entre aquel secuestro y lo que se muestra en la película es pura coincidencia.
Fernando Ibáñez.