En
esta entrada que publico hoy me voy a salir un poco del tema habitual que suelo
tratar en este blog. Lo sé y pido disculpas por ello. Prometo volver a los
temas relacionados con la seguridad marítima muy pronto, probablemente hoy
mismo. Sin embargo, creo que lo sucedido estos últimos días en Bélgica requiere
de una reflexión que me propongo ofrecer hoy.
Con
los ataques del martes en Bruselas el autodenominado Estado Islámico pretende
fundamentalmente dos objetivos. El primero es vengarse por los ataques y la
presión que está sufriendo en el territorio que controla en Irak y Siria. Su
segundo objetivo es propiciar una auténtica guerra religiosa entre cristianos y
musulmanes en Europa. Su gran éxito sería que estallaran disturbios en buena
parte de las grandes ciudades europeas y que proliferaran los actos de
xenofobia y racismo. Un magnífico caldo de cultivo para conseguir nuevos
reclutas dispuestos a inmolarse para asesinar al mayor número posible de
impíos. Sepamos cuáles son los fines de quien nos declara la guerra. Quizás así
podamos ofrecer una respuesta más inteligente y, de paso, evitar que consiga
sus objetivos.
Salah
Abdeslam, considerado uno de los coautores de los atentados de París del pasado
mes de noviembre, fue arrestado el viernes en Bruselas. Una falsa sensación de
alivio pareció sentirse en Europa y, en particular, en Bélgica. Abdeslam huyó
de la capital francesa tras los ataques. Algunos especulaban con la posibilidad
de que hubiera vuelto a Siria. Esa hipótesis confirma que realmente se le había
perdido la pista. Ahora sabemos que podría haber estado cuatro meses oculto en
Bélgica. Cabe preguntarse cómo es posible que Abdeslam se haya sentido seguro
durante todo este tiempo, quizás, sin salir apenas de Bruselas. Sólo pudo
hacerlo contando con una amplia red de simpatizantes que le haya dado refugio.
Incluso para protegerlo de los que habían sido compañeros suyos… hasta que
decidió no inmolarse, como estaba previsto, en París.
El
pasado martes pudimos comprobar qué habían organizado los terroristas. Un ataque
coordinado en el aeropuerto internacional y en el metro bruselense. La capital
de la Unión Europea atacada de modo inmisericorde con el objetivo de producir
el mayor número posible de víctimas (32 muertos en el momento de escribir estas
líneas).
Un
diario flamenco publicaba este lunes, tres días después de su detención, que Abdeslam
pretendía convertirse en un informador de la policía y que estaba dispuesto a
cooperar a cambio de una reducción de la pena. Su propio abogado afirmó que
estaba colaborando y que no había ejercido su derecho a no declarar. Los
ataques, que requieren de semanas de minuciosa preparación para lograr su
objetivo, probablemente, se hayan adelantado ante el arresto de Abdeslam. ¿Existía
el riesgo de que confesara los preparativos a las fuerzas de seguridad?
Por
otra parte, la posibilidad de que los terroristas atacaran algunos de los
medios de transporte habitual en una capital occidental parecía verosímil. ¿No lo
habíamos visto ya en suelo europeo, en concreto, en Madrid (2004) y Londres
(2005)? ¿Era razonable que el nivel de alerta antiterrorista establecido por
las autoridades belgas no fuera el máximo y que sólo haya sido activado tras
los atentados de este martes? ¿Y que ese nivel de alerta sólo afectase a
Bruselas?
Tras
los ataques, las autoridades belgas anunciaban que unos 140 militares serían
movilizados para proteger diversas instalaciones nucleares. Sin embargo, hace
más de un mes supimos que un alto cargo nuclear belga había sido vigilado por
terroristas. Cabe interrogarse si no había razones suficientes para activar esa
protección extra hace ya algunas semanas.
Bélgica
parece haberse convertido con el paso de los años en uno de los eslabones débiles
en el ámbito de la lucha antiterrorista en Europa. Es sabido que su cooperación
tanto en el ámbito policial como en el de la Inteligencia no ha estado exenta
de críticas. Algo conocen las autoridades antiterroristas españolas sobre este
particular.
Buena
parte de los atentados de raíz yihadista que han ocurrido en los últimos lustros
en suelo europeo han guardado relación, en uno u otro momento, con Bélgica. Sin
ir más lejos, los ataques de París del pasado mes de noviembre que provocaron
137 muertos y casi 500 heridos. Bélgica es hoy el país europeo que más
yihadistas exporta al Estado Islámico en relación a su población. Bruselas es
un semillero de fundamentalistas islámicos, en particular, la comuna de
Molenbeek. El fenómeno no es nuevo. También vivió allí el asesino de Ahmed
Masud, el líder guerrillero opositor al régimen talibán, asesinado en
Afganistán el 9 de septiembre de 2001, dos días antes de los atentados del
11-S. Y uno de los condenados por los atentados del 11-M en Madrid era de
Molenbeek y fue detenido allí mismo. También en dicha comuna compraron las
armas los asesinos de Charlie Hebdo y
del supermercado judío de París. Quien, en mayo de 2014, atacó el Museo Judío
de Bruselas, también venía de Molenbeek. Los hermanos Abdeslam nacieron allí y
uno de ellos se inmoló en París. Otros dos hermanos que participaron como
kamikazes en el ataque del martes también nacieron en Bruselas. Algo se está
haciendo mal.
Es
cierto que en los momentos iniciales tras un atentado de esta envergadura es imprescindible
ser prudentes en nuestros análisis. Pero a nadie se le oculta que los atentados
de París del pasado mes de noviembre confirmaron que los fallos de Inteligencia
no habían sido tanto franceses como belgas. Resulta palmaria la infradotación
de medios de los servicios secretos belgas. Tras los ataques de París, su
presupuesto se incrementó un 20% hasta los 50 millones de euros, una cifra claramente
insuficiente. Como reconocen en público y en privado los propios responsables
belgas de la lucha antiterrorista, el país no dispone de personal ni de infraestructura
suficiente para monitorizar a cientos de sospechosos. Y ya no digamos para
infiltrarse en la comunidad yihadista de Molenbeek.
Quizás
sea esta la lección más dura que debamos aprender los europeos a raíz de los
ataques de Bruselas. No podemos seguir así. Se requiere que las autoridades
belgas se tomen en serio una amenaza que, en estos momentos, parece haberles
desbordado. Deben dotarse de medios y de una mayor coordinación entre sus
distintos cuerpos policiales.
¿Sería
eso suficiente? No. Una vía de solución (no la única, claro está) pasa por que
aquellos países europeos que disponen de servicios de inteligencia más potentes
(Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España) cooperen de modo mucho más
activo con Estados con menores capacidades. Son evidentes las dificultades:
¿acaso no es
habitual entre servicios de
inteligencia el uso
de las máximas quid pro quo y duo ut des? ¿Y qué decir de los riesgos de compartir inteligencia’
¿Y del alto coste de obtenerla?
Los
asuntos de Seguridad y Defensa afectan al corazón de la soberanía estatal. Pero
la Unión Europea no puede fundamentar su inteligencia en la cooperación entre
ciertos Estados. La UE ha creado diversas instituciones cuya finalidad es
compartir inteligencia, pero las aportaciones
a realizar por los
socios tienen carácter voluntario. Esa falta de obligatoriedad provoca que los
instrumentos resulten menos
eficientes de lo que
sería deseable.
Resulta
ya imprescindible promover la creación de una estructura europea de inteligencia,
un Servicio de Inteligencia Europeo, que
se dedique a reunir y analizar por sí
mismo la información proveniente de los distintos servicios secretos nacionales
con el fin de asesorar a los organismos decisorios de la Unión. Aunque sería
preferible que estuviese dotado de sus propios y suficientes recursos económicos, tecnológicos
y humanos para recolectar y analizar información de forma autónoma e
independiente de los servicios de inteligencia nacionales, parece que este paso, de
producirse, llegará en una fase posterior.
Necesitamos
más Europa, no menos. Si seguimos ignorando la lección, volveremos a
despertarnos sobresaltados con la noticia de un nuevo ataque en otra ciudad
europea. Y no será extraño que entre los asesinos vuelva a aparecer alguna
conexión con Bélgica.
Original publicado en el diario digital bez.es
Fernando Ibáñez.
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